“Soy migrante, no un delincuente”

Nuevo León, México, estado mexicano reconocido por su industria y progreso económico, donde la jornada laboral para muchos comienza antes del amanecer, es la última parada de aquellos migrantes que buscan entrar a Estados Unidos por la frontera sur del estado de Texas. Es el último tramo, “es el más difícil” dicen algunos migrantes.

Son las cinco de la tarde, y en el número 4417 de la calle Emiliano Zapata, de la colonia Guadalupe Victoria en el municipio de Guadalupe un grupo de migrantes visiblemente cansados hace antesala para entrar. Lo que a primera vista parece ser una pequeña casa de color rosa y amarillo abre sus puertas. Es la casa del migrante Casa Nicolás, un oasis en el desierto para estos viajeros supervivientes.

Un escritorio, varias sillas y una manta impresa con el reglamento de la casa recibe a los migrantes. “¿Cuál es su nombre hermano?” es la primer pregunta para el registro de ingreso.

En el comedor ayudando con las labores de limpieza está Brenda, una joven madre hondureña, que esta de paso en su segundo intento de llegar a Estados Unidos para reunirse con su padre quien lleva viviendo casi ya 22 años en territorio norteamericano. En una cama bajo la escalera principal está Fidelina, también hondureña, quien experimenta su primer travesía y que al igual que Brenda tiene familiares al “otro lado” que la esperan.

“Lo difícil del viaje empieza desde que sales de tu casa”, con lagrimas en los ojos, señala Brenda madre de tres pequeñas que tuvo que dejar atrás en Honduras bajo el cuidado de su abuela.

Tanto Brenda como Fide, como le llaman de cariño, señalan haber tenido que dejar su país por las constantes amenazas y extorsiones en su contra, incluso por parte de las mismas policías municipales. “No pierdas tu tiempo, con esos no se mete ni se juega. Ponte zipper, ciérrate la boca, escóndete pa’ un lugar lejos.”, fue la respuesta que un funcionario de la oficina de Derechos Humanos en Honduras le dio a Fide cuando intento denunciar las extorsiones en contra de ella y su familia.

Para llegar se necesita dinero, no para comer, sino para pagar a las autoridades.

El viacrucis empieza en la frontera de Honduras con Guatemala, donde aún con los permisos no se les concede el pasó. Ahí comienzan los pagos. Pagos para el de la lancha, para el que muestra un pequeño tramo de camino y para los presuntos policías que se topan en el trayecto. “Nosotros guardamos el dinero solo para ellos, a nosotros no nos importa comprar comida ni agua, por eso, porque siempre te piden.”

El viaje en la Bestia no es gratis, la cuota es de 100 dólares para poder subir. Hay quienes más osados logran subir sin pagar, pero hay vigilantes abordo que les cobran “a la mala” si los llegan a descubrir. “Yo si pague, yo si pague, no me mate, no me mate” son los gritos que muchos migrantes sobrevivientes han escuchado.

Para Brenda y Fide el camino ha sido muy difícil. Sin comer bien, sin poder dormir por el miedo a ser secuestradas, o incluso asesinadas. Escondiéndose todo el tiempo de autoridades y miembros del crimen organizado, sin poder confiar en nadie. Con una sola primer idea en la cabeza, sobrevivir.

La migración es un negocio

Contradictoriamente a lo que señala la Constitución en homologación con las normas y declaraciones internacionales a las que México se ha suscrito, el migrante no goza de los derechos ahí estipulados entre ellos el más básico “libre paso”.

“La migración es un negocio, por desgracia.” “Es un negocio para la criminalidad, para la autoridad y para los empleadores. Son los tres victimarios de los migrantes principales.” “En el fondo cualquier celador de la vía férrea se cree con la facultad de extorsionar a un migrante.” señala en entrevista el Presbítero Luis Eduardo Villarreal Ríos, quien al frente la comunidad parroquial de San Francisco Xavier fundó la casa del migrante Casa Nicolás que con donaciones y la buena voluntad recibe y auxilia dentro de lo posible migrantes desde el 2008.

En México en materia de migración hay un discurso y una práctica divorciados, señala el padre Villarreal. “Hay un doble discurso, por un lado el respeto y la constitucionalidad, y por el otro el maltrato y la omisión permanente.”

El secuestro, la extorsión, cobro de piso, usar al migrante como burrero, reclutamiento para el crimen organizado y la trata de blancas son lo delitos que siempre están al rededor del migrante. El padre Villarreal hace una distinción en cuanto al actuar de las autoridades al respecto: “El apoyo institucional municipal, incluida seguridad pública, es definitivo y se agradece, pero algunos elementos son corruptibles, se vuelven cómplices y maltratan al migrante.”

Muchos migrantes han sido etiquetados como delincuentes, cuando lo único que buscan es el derecho a una vida digna. El migrante no pide limosna, busca trabajo. “No tengo papeles, pero yo se trabajar. La que va a trabajar soy yo no mis papeles”, con esta frase termina Fide su plática con nosotros.

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